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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

29 de enero de 2014

De vuelta a la grilla

Nacido con gen panista, Calderón se meterá de lleno en el proceso de renovación de la dirigencia blanquiazul...


Una de esas leyendas urbanas de la política mexicana le atribuye a los expresidentes de la República el poder de seguir moviendo ciertos hilos de la vida nacional después de su mandato.
Y resulta creíble, si se considera el enorme poder que durante el siglo pasado acumularon los señores Presidentes, lo que les permitía, incluso, designar a su sucesor. Pero esa facultad de incidir en la vida política aun después de su sexenio se vio severamente disminuida en los años de la transición democrática y durante la alternancia del poder.
Lo cierto es que, al menos en lo que se veía públicamente, los mandatarios de extracción priista mantenían una presencia menos preponderante en la escena nacional, lo que no significaba su retiro de la política. Miguel de la Madrid, por ejemplo, ocupó la dirección del Fondo de Cultura Económica;Carlos Salinas (después de buscar en el extranjero un lugar dónde vivir) pretendió, sin lograrlo, la presidencia de la naciente Organización Mundial de Comercio y después se fue a Europa, mientras Ernesto Zedillo se incorporó como consultor en diversas compañías internacionales.
Es difícil documentar con datos duros y constatables si siguieron ejerciendo poder e influencia desde los lugares donde andaban, y si fue así, en qué magnitud lo lograron. Pero esa circunstancia nunca ha importado en la mitología política mexicana, tan necesitada de villanos y personajes todopoderosos que maniobren desde la tenebra, por eso tanto alboroto con la aparición el pasado jueves de Zedillo yCalderón en el Foro Económico de Davos, Suiza.
El caso contrario lo representan los dos expresidentes de la era panista que, lejos de mantener el bajo perfil que prefirieron sus antecesores, optaron por hacer notoria su presencia.
En Vicente Fox, esta conducta se dio natural dado su carácter extrovertido, su personalidad lenguaraz y su reiterada pretensión de asemejar su Presidencia a los estándares estadunidenses, como lo expresara su insistencia en seguirse llamando a sí mismo “Presidente” después de concluir su mandato, y su fallida intención de dedicarse a dictar conferencias magistrales. Esta última era una empresa destinada al fracaso por la misma proclividad del guanajuatense a hablar de lo que sea y donde sea a la menor provocación: ¿Quién iba a pagar por algo que él mismo ofrece gratis?
Orgulloso de romper cuantas reglas de oro de la política mexicana hubiera y ya como expresidente, Fox nunca tuvo la intención de guardar silencio cada vez que tuvo enfrente un micrófono, y solía llamar la atención no sólo por la hilaridad de sus dichos, sino por la propia trascendencia del cargo que detentó.
En las épocas del presidencialismo todopoderoso, su actitud le habría valido el exilio simbólico por interferir en la gestión de su sucesor (por no hablar de su llamado a votar en 2012 por Enrique Peña Nieto). En la era de la presidencia acotada, sus declaraciones formaron parte de la inagotable tradición de la picaresca política.
Donde ha sido más activo y más serio —hasta donde puede serlo— es en las actividades del Centro Fox, igual ha traído a cantar a Elton John que promovido un debate internacional como el de la legalización de las drogas (al lado de los exmandatarios de Colombia, César Gaviria, y de Brasil,Fernando Henrique Cardoso, entre otros destacados personajes), lo cual sí tendría algún impacto relevante en la política mexicana, sobre todo por la relevancia que el narcotráfico ha alcanzado en los años recientes.
Menos dado a la declaración de banqueta, Felipe Calderóntampoco ha hecho mutis. Alejado del país por una beca académica en Harvard, ha mantenido una actividad constante en su cuenta de Twitter, lo mismo para opinar de futbol que para defenderse del espionaje en su contra que perpetró Estados Unidos.
En todo caso, su activismo no ha tenido como objetivo primordial influir en el actual gobierno ni insertarse en los grandes debates internacionales, sino meter la cuña en su partido, Acción Nacional. Ya en mayo pasado, en los días previos a la remoción de Ernesto Cordero como coordinador de la fracción panista en el Senado, usó su cuenta en la red social para recordar una “vieja regla del PAN”, la de no ventilar por fuera los asuntos internos.
Nacido con gen panista —como bien lo definió el diputadoJuan Pablo Adame en entrevista con Ivonne Melgar(Excélsior, 22 de enero)—, Calderón se meterá de lleno en el proceso de renovación de la dirigencia blanquiazul, un poco al estilo Fox, por medio de la figura de una organización civil.
En efecto, nuestro periódico informó en la edición del pasado martes que Calderón presentará el próximo 12 de febrero la Fundación Desarrollo Humano Sustentable, que en el papel se propone “contribuir con estudios, opiniones y propuestas de solución para resolver la problemática nacional”. Se trata en realidad del relanzamiento de una agrupación creada en 2004 que, como bien recuerda la nota del reportero HéctorFigueroa, le permitió emprender la búsqueda de la nominación panista a la Presidencia de la República.
Diez años después, es difícil pensar que esta fundación no vaya a cumplir una función política análoga, sobre todo porque el anuncio de su relanzamiento coincide con el arranque del proceso sucesorio en el PAN, marcado por el enfrentamiento entre el grupo calderonista y el que es afín al actual líder, Gustavo Madero.
Sus correligionarios no pueden llamarse a sorpresa. En agosto de 2012, durante una reunión privada en Jurica, Querétaro, Calderón ya les había advertido a los panistas que después de la Presidencia, si algo le sobraría era tiempo para grillar. No sólo para tuitear.
                Twitter: @Fabiguarneros

Publicado en Excélsior el  26 de enero de 2014

21 de enero de 2014

Tips para aprender a ahorrar / Entre mujeres

Mexican Moment

No todo lo que cruza de México a EU es droga o indocumentados “peligrosos”.

No es una reacción mayoritaria, pero sí incomoda encontrar en redes sociales mensajes parecidos a éste: “La nominación al Oscar no es para México, sino para Alfonso Cuarón”.
Y sí, en más de un sentido, esta especie de grinchs(amargados) tienen razón: es su trabajo personal, trayectoria, tesón y talento los que tienen al cineasta mexicano a las puertas de ser el primer realizador no sólo mexicano, sino de habla hispana, en ganar la célebre estatuilla en la categoría de Mejor Director.
También es cierto que no se trata de una película mexicana, sino de una millonaria producción estadunidense financiada por un gran estudio, hablada en inglés y protagonizada por dos de las máximas estrellas de Hollywood. Todos estos argumentos alimentan una —a mi juicio— equívoca propensión de muchos compatriotas a restarle “mexicanidad” al triunfo de un compatriota en el extranjero. Como si los que celebráramos tal logro sólo pretendiéramos colgarnos del mérito ajeno.
Quizá no debiera pasar de ser una simple y sana diferencia de opiniones, como muchas que circulan en la red. Tal vez se trate sólo de una discusión bizantina, atizada por quienes creen que es más constructivo hallar temas de polémica en lugar de simplemente congratularnos del éxito de un connacional. Pero sí creo que, más allá de la anécdota, sí hay un tema de discusión profundo, más relacionado con el tipo de país que quisiéramos ver en el mundo que nos tocó vivir.
Estoy convencida —más allá de si Cuarón traduce sus nominaciones en estatuillas—, que su trayectoria por sí misma es la prueba de que sí estamos viviendo un Mexican Moment.
No me refiero, desde luego, a esa especie de amuleto ideológico convertido en propaganda que el gobierno federal quisiera vender como consecuencia de la aprobación de las reformas estructurales, las cuales aún seguirán siendo buenos propósitos mientras no se concluya la legislación secundaria y, sobre todo, mientras no se consiga que todo el territorio nacional esté bajo el dominio pleno y total del Estado (sí, hablo de Michoacán), de tal forma que se brinde certidumbre a la inversión extranjera que se busca atraer.
Me refiero al Cuarón que, sin renunciar nunca a su mexicanidad, ha sabido aportar su talento e integrarse sin prejuicios a la industria norteamericana, jugando sus reglas como vía para acceder a los millonarios presupuestos en dólares, para que la maquinaria del cine convierta en realidad los dictados de la imaginación. Es de personalidad sencilla, pero segura: no se intimidó cuando se le encargó dirigir a estrellas consagradas como Anne Bancroft yRobert de Niro en Grandes Esperanzas, ni cuando fue propuesto para dirigir la tercera parte de la saga de Harry Potter. Y en ambas películas, a modo de travesura, puso su toque mexicano: introduciendo la canción Bésame Mucho en la adaptación del clásico de Charles Dickens, y colocando calaveritas de azúcar en una escena de El prisionero de Azkaban.
Se trata del Cuarón que no dejó de hacer cine en su país para reflejarlo. Filmó en español Y tu mamá también, que por falta de visión de la Academia Mexicana no fue propuesta para competir en 2001 por el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera. Cuarón les demostró su error cuando en 2002 la inscribió para la estatuilla dorada, consiguiendo dos nominaciones, entre ellas, una para el propio realizador por guión original. Años más tarde sumó otras dos candidaturas para otro proyecto ambicioso, Children of Men.
Las tres restantes que obtuvo el pasado jueves como director, productor y editor son suficiente cosecha para acreditar su pertenencia al primer mundo cinematográfico. Pero él, sencillo, asume con humor su origen y cautiva a sus paisanos con un espontáneo “ay güey” al momento de recibir el Globo de Oro que le entregó la prensa extranjera acreditada en Hollywood.
Es ocioso siquiera debatir si Cuarón representa o no al “cine mexicano”. No. En este mundo, el cine no puede presumir una sola nacionalidad. Aunque radique en Estados Unidos, se beneficie de su poderío económico y tenga capacidad de distribución universal, Hollywood es un cine global que se alimenta del talento de realizadores que llegan de todos los países.
Las industrias cinematográficas de cada una de las naciones tampoco se bastan a sí mismas. En su mayoría, las películas son coproducciones que involucran a una o más naciones que, con orgullo, reivindican su aporte.
Y sí, creo que es completamente válido, más allá de lo que el propio Cuarón sienta, que los mexicanos nos enorgullezcamos de su éxito. Porque se trata de un ejemplo de cómo integrarse al mundo de hoy aportando originalidad y perseverancia. Porque a diferencia de otras actividades que mueven a un chauvinismo exacerbado (y muchas veces aceitado por el interés comercial, como es el futbol), el ejemplo del cineasta es el de un hombre de trabajo que se abrió paso por su inteligencia y buen tino. Un modelo de cómo revertir ese discurso lastimero que tan cómodos nos hacen sentir, como cuando nos quejamos que desde el Congreso norteamericano se alerta de los riesgos en la frontera o desde la oposición mexicana se masculla contra la integración comercial, en vísperas de la próxima visita de los mandatarios de Estados Unidos y Canadá.
Está más que demostrado que no todo lo que pasa de México a su vecino del norte es droga e indocumentados. Cuarón ya ha demostrado de cuánto son capaces y qué pueden hacer los mexicanos si se deshacen de una vez por todas de atavismos. Qué mejor manera de desafiar la gravedad.
                Twitter: @Fabiguarneros

Columna publicada en Excélsior el domingo 19 de enero de 2014

14 de enero de 2014

Autodefensa de Michoacán: Grupos toman más poblados, aumenta la violenci...

Autodefensas

En un lugar sin ley, sin autoridad, no existen armados “buenos” o “malos”.

El maniqueísmo es una forma muy fácil y conveniente de ver al mundo cuando se trata de evitar los problemas o de postergar su solución.
Desde luego, me refiero a la definición peyorativa incluida en el diccionario de la Real Academia e inspirada en las ideas del antiguo filósofo persa Manes, quien decretó la existencia de dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal. Maniqueo se le conoce ahora al que piensa que el mundo se divide en buenos y malos, en blancos y negros, en amigos y enemigos.
Desde luego, la realidad nos muestra un mundo abigarrado, policromático, lleno de matices y grises. Complejo, por decirlo en una sola palabra. Pero eso no significa que el maniqueísmo haya pasado de moda o quede reducido al muy respetable ámbito de las creencias religiosas. Es uno de los ingredientes de la guerra política, quizás el mayor arsenal de la propaganda.
La guerra contra la delincuencia organizada emprendida por el sexenio de Felipe Calderón estaba soportada en una visión maniquea aparentemente convincente y fácil de vender: nadie habría dudado de que los malos eran los cárteles del narcotráfico y los buenos, las fuerzas federales que los combatirían.
Lo que el entonces mandatario y sus estrategas nunca consideraron es que esta narrativa sería trastocada por el lopezobradorismo y corrientes afines, mucho más diestras en la utilización de las visiones maniqueas, que lograron darle completamente la vuelta y convirtieron al gobierno federal en responsable de la muerte de miles de personas a consecuencia de “su” guerra contra el crimen organizado. No importaba si en el mismo costal se incluía a las víctimas colaterales de la violencia y a los decesos, producto de los enfrentamientos entre cárteles. Bastaba corear cifras, 20 mil, 30 mil, 60 mil muertos, para convertir la estrategia calderonista en un fracaso a los ojos de muchos, y sin que pareciera que se estaba tomando partido por los delincuentes.
La realidad es compleja y así tendrían que ser las soluciones. Un buen ejemplo es Michoacán, en la que la responsabilidad del desastre es compartida. A estas alturas es evidente la falta de control del gobierno estatal priista, de un FaustoVallejo del que no se sabe qué hace ni dónde está. Pero tampoco cantan mal las rancheras el panismo, que arrancó justo en la tierra de Calderón la estrategia que hoy tiene un ineludible sabor a fracaso, y el perredismo, que permitió durante el periodo de Leonel Godoy la pérdida gradual del control por parte del Estado en favor de los grupos criminales.
La violencia de principio de año en aquella entidad no debiera admitir tampoco visiones maniqueas, sino explicaciones detalladas para comprenderlas. No ayuda saber en este momento quiénes son los buenos ni los malos. Los grupos de autodefensa que paulatinamente se han ido extendiendo por territorio michoacano son, ineludiblemente, una alteración del orden, una anomalía que debiera corregirse, están fuera de la ley. No son parte de la solución, sino del problema, y así debiéramos verlo inequívocamente.
Pero lo cierto es que el humo de los autobuses abrasados por el fuego no permite ver con claridad un escenario en donde hasta los propios Caballeros Templarios, que son indiscutiblemente “los malos”, se atreven a jugar con la retórica justiciera. Los grupos de civiles armados —que según el gobierno federal están al margen de la ley— alegan que no les quedó más remedio que recurrir a ese extremo ante la ausencia de autoridades locales que protegen negocios legítimos. Pobladores bloquean carreteras en contra de las personas que con capuchas y armas pretenden lograr justicia por propia mano. Surgen versiones de que estas protestas en realidad son manipuladas por el cártel que rivaliza con los Templarios, quienes son combatidos a su vez por Manuel Mireles, líder de los autodefensas, que justo por esa razón está bajo protección de las autoridades federales tras sufrir un extraño percance de aviación. ¿Entendió usted algo, amigo lector? Ni yo.
El problema no es teórico, lamentablemente. A aquello que se vive por allá se le puede llamar de cualquier forma, menos normalidad. ¿Cómo explicarle a los niños de aquellas regiones lo que pasa en su ciudad, en la que ven personas armadas por la calle que no traen uniformes, con la zozobra de no saber en qué momento se atravesarán con un fuego cruzado, sin saber, ni siquiera para efectos de tranquilidad, cómo decirles quiénes son los malos y quiénes los buenos?
La solución no es sencilla, pero lo que es ineludible es el objetivo: restaurar el Estado de derecho. Reconocer sin ambages que lo que impera en este momento en Michoacán no es un gobierno y que es imperativo reencauzar la vida de aquellas poblaciones por la vía institucional, una en la que las encargadas de procurar justicia sean las autoridades establecidas bajo las reglas democráticas que rigen a todo el país y no por la de aquellos que se autonombran los buenos y suplantan lo que debiera ser función inequívoca del Estado.
Frente al caos no hay autodefensa posible. No existen armados “buenos” ni “malos”. Sólo deben estarlo aquellos que, facultados por un régimen democrático, ejerzan el monopolio de la violencia establecido exclusivamente para que la totalidad de los mexicanos crezcamos en un clima de paz.
El que se imponga la legalidad es la única ruta. ¿Cuántos vehículos, comercios o alcaldías incendiadas habremos de ver antes de que eso ocurra?
                Twitter: @Fabiguarneros

Columna publicada en Excélsior el domingo 12 de enero

8 de enero de 2014

Recordatorios

Ni México es un país de primer mundo ni hemos saldado la deuda social con los pueblos indígenas

Al 2014 lo recibimos con la conmemoración de dos vigésimos aniversarios. Sí, dos asuntos que sorprendieron, prometieron y que encierran más de un paralelismo con el México de hoy.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) irrumpió en la escena nacional el primero de enero de 1994 con una muy calculada intención de echar por tierra la pretensión oficial del gobierno, del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, de llevar al país al primer mundo de la mano del Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte, que ese mismo día arrancaba.
El lector demasiado joven quizá carezca del contexto necesario para entender la magnitud del significado que ese doble acontecimiento implicó. Un dato esencial era la cada vez más declinante estrella del Partido Revolucionario Institucional, que a partir de ese año iría cediendo poder de manera paulatina, en una transición democrática que seis años después haría posible una alternancia en la Presidencia de la República que muchos creían imposible.
Los acontecimientos que ocurrieron en cascada en 1994 (dos magnicidios políticos y el inicio de la más espeluznante crisis económica que se recuerde en décadas) parecían cavar la tumba del partido que había gobernado durante más de seis décadas, mientras que, curiosa paradoja, los alzados en armas gozaban de un respaldo social, a escala incluso internacional, que los auspició para dar lugar a un diálogo en el que nadie dudaba de la pertinencia de sus demandas.
Dos décadas después ocurre un escenario poco previsible a la luz de los hechos descritos: lejos de extinguirse, el Revolucionario Institucional aglutinó fuerzas y recuperó la Presidencia de la República; sin contar con una mayoría abrumadora en el Congreso (como la que tuvo en sus años de esplendor), impulsó su agenda de cambios estructurales y ahora tiene en la recién aprobada Reforma Energética un poderoso talismán para volver a presumir el arribo de México a la senda del desarrollo.
¿Y el zapatismo? Puede jactarse de que este vigésimo aniversario lo retornó al protagonismo mediático del que estaba desaparecido. Pero lo cierto es que, salvo por ocasionales apariciones de su más notorio dirigente y los registros que lleva la prensa que le es más fiel, ese movimiento parecía prácticamente extinguido. Y es que, una vez pasada la sorpresa de su irrupción, su incorporación al abigarrado paisaje político mexicano sólo podía presagiar que se integrara al casi siempre escindido segmento de la izquierda, incapaz de hacer un frente común para reivindicar de manera eficaz sus demandas.
Rebasado por el avance electoral del PRD y otros partidos de ideologías afines, el zapatismo fue quedando como un actor aislado, sin integrarse a ninguno de los grandes grupos que dominan la izquierda institucional, y permaneciendo más como una presencia moral (no creo que a estas alturas alguien siga tomando de manera literal lo de su declaración de guerra, ni ellos mismos). Tampoco pudo gestionar a escala nacional su reiterada demanda de cumplimiento de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, que no resultaron satisfechos con la ley de derechos y cultura indígena de 2001.
Por eso, llama la atención que el actual gobierno los siga considerando como interlocutor y piense, tal como anunció el comisionado para el Diálogo con los Pueblos Indígenas,Jaime Martínez Veloz, en la redacción de una iniciativa enriquecida que permita reanudar el diálogo con el EZLN. Una propuesta “remasterizada” que tendría como base los acuerdos de Larráinzar de 1996 más el Plan Nacional de Desarrollo, el Pacto por México, el protocolo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y la declaración de la ONU en materia de derechos indígenas. (Entrevista deAndrés Becerril publicada en Excélsior el pasado domingo 29 de diciembre).
Más allá del curso que siga esa intención, el gobierno tiene en marcha otro proyecto que, como dio a conocer la periodistaLeticia Robles de la Rosa en estas páginas el pasado 26 de diciembre, pretende subsidiar a comunidades étnicas a fin de garantizar sus derechos, a partir del reconocimiento oficial de que se trata de sectores que han enfrentado carencias históricas. Entre otros puntos, se destinarían fondos al desarrollo de actividades de defensoría y litigios en materia penal y civil, y se ayudaría a la reubicación de población indígena desplazada.
Más allá de la efectividad que puedan tener estas políticas, lo que dejan en claro es que, si bien el Tratado de Libre Comercio no fue el demonio que vaticinaban sus acérrimos enemigos, tampoco representó esa vía idílica al primer mundo que auguraban sus promotores. Veinte años después, sigue habiendo mucho por hacer para reivindicar a la población indígena que, por algún momento, pensó que la de las armas era la única vía para hacerse oír.
Que este doble festejo sirva de recordatorio de una asignatura pendiente que, es de esperarse, no vuelva a quedar sepultada por nuevas coyunturas y prioridades.
**Artículo publicado en Excélsior el 4 de enero de 2014