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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

14 de enero de 2014

Autodefensas

En un lugar sin ley, sin autoridad, no existen armados “buenos” o “malos”.

El maniqueísmo es una forma muy fácil y conveniente de ver al mundo cuando se trata de evitar los problemas o de postergar su solución.
Desde luego, me refiero a la definición peyorativa incluida en el diccionario de la Real Academia e inspirada en las ideas del antiguo filósofo persa Manes, quien decretó la existencia de dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal. Maniqueo se le conoce ahora al que piensa que el mundo se divide en buenos y malos, en blancos y negros, en amigos y enemigos.
Desde luego, la realidad nos muestra un mundo abigarrado, policromático, lleno de matices y grises. Complejo, por decirlo en una sola palabra. Pero eso no significa que el maniqueísmo haya pasado de moda o quede reducido al muy respetable ámbito de las creencias religiosas. Es uno de los ingredientes de la guerra política, quizás el mayor arsenal de la propaganda.
La guerra contra la delincuencia organizada emprendida por el sexenio de Felipe Calderón estaba soportada en una visión maniquea aparentemente convincente y fácil de vender: nadie habría dudado de que los malos eran los cárteles del narcotráfico y los buenos, las fuerzas federales que los combatirían.
Lo que el entonces mandatario y sus estrategas nunca consideraron es que esta narrativa sería trastocada por el lopezobradorismo y corrientes afines, mucho más diestras en la utilización de las visiones maniqueas, que lograron darle completamente la vuelta y convirtieron al gobierno federal en responsable de la muerte de miles de personas a consecuencia de “su” guerra contra el crimen organizado. No importaba si en el mismo costal se incluía a las víctimas colaterales de la violencia y a los decesos, producto de los enfrentamientos entre cárteles. Bastaba corear cifras, 20 mil, 30 mil, 60 mil muertos, para convertir la estrategia calderonista en un fracaso a los ojos de muchos, y sin que pareciera que se estaba tomando partido por los delincuentes.
La realidad es compleja y así tendrían que ser las soluciones. Un buen ejemplo es Michoacán, en la que la responsabilidad del desastre es compartida. A estas alturas es evidente la falta de control del gobierno estatal priista, de un FaustoVallejo del que no se sabe qué hace ni dónde está. Pero tampoco cantan mal las rancheras el panismo, que arrancó justo en la tierra de Calderón la estrategia que hoy tiene un ineludible sabor a fracaso, y el perredismo, que permitió durante el periodo de Leonel Godoy la pérdida gradual del control por parte del Estado en favor de los grupos criminales.
La violencia de principio de año en aquella entidad no debiera admitir tampoco visiones maniqueas, sino explicaciones detalladas para comprenderlas. No ayuda saber en este momento quiénes son los buenos ni los malos. Los grupos de autodefensa que paulatinamente se han ido extendiendo por territorio michoacano son, ineludiblemente, una alteración del orden, una anomalía que debiera corregirse, están fuera de la ley. No son parte de la solución, sino del problema, y así debiéramos verlo inequívocamente.
Pero lo cierto es que el humo de los autobuses abrasados por el fuego no permite ver con claridad un escenario en donde hasta los propios Caballeros Templarios, que son indiscutiblemente “los malos”, se atreven a jugar con la retórica justiciera. Los grupos de civiles armados —que según el gobierno federal están al margen de la ley— alegan que no les quedó más remedio que recurrir a ese extremo ante la ausencia de autoridades locales que protegen negocios legítimos. Pobladores bloquean carreteras en contra de las personas que con capuchas y armas pretenden lograr justicia por propia mano. Surgen versiones de que estas protestas en realidad son manipuladas por el cártel que rivaliza con los Templarios, quienes son combatidos a su vez por Manuel Mireles, líder de los autodefensas, que justo por esa razón está bajo protección de las autoridades federales tras sufrir un extraño percance de aviación. ¿Entendió usted algo, amigo lector? Ni yo.
El problema no es teórico, lamentablemente. A aquello que se vive por allá se le puede llamar de cualquier forma, menos normalidad. ¿Cómo explicarle a los niños de aquellas regiones lo que pasa en su ciudad, en la que ven personas armadas por la calle que no traen uniformes, con la zozobra de no saber en qué momento se atravesarán con un fuego cruzado, sin saber, ni siquiera para efectos de tranquilidad, cómo decirles quiénes son los malos y quiénes los buenos?
La solución no es sencilla, pero lo que es ineludible es el objetivo: restaurar el Estado de derecho. Reconocer sin ambages que lo que impera en este momento en Michoacán no es un gobierno y que es imperativo reencauzar la vida de aquellas poblaciones por la vía institucional, una en la que las encargadas de procurar justicia sean las autoridades establecidas bajo las reglas democráticas que rigen a todo el país y no por la de aquellos que se autonombran los buenos y suplantan lo que debiera ser función inequívoca del Estado.
Frente al caos no hay autodefensa posible. No existen armados “buenos” ni “malos”. Sólo deben estarlo aquellos que, facultados por un régimen democrático, ejerzan el monopolio de la violencia establecido exclusivamente para que la totalidad de los mexicanos crezcamos en un clima de paz.
El que se imponga la legalidad es la única ruta. ¿Cuántos vehículos, comercios o alcaldías incendiadas habremos de ver antes de que eso ocurra?
                Twitter: @Fabiguarneros

Columna publicada en Excélsior el domingo 12 de enero

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