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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

21 de enero de 2014

Mexican Moment

No todo lo que cruza de México a EU es droga o indocumentados “peligrosos”.

No es una reacción mayoritaria, pero sí incomoda encontrar en redes sociales mensajes parecidos a éste: “La nominación al Oscar no es para México, sino para Alfonso Cuarón”.
Y sí, en más de un sentido, esta especie de grinchs(amargados) tienen razón: es su trabajo personal, trayectoria, tesón y talento los que tienen al cineasta mexicano a las puertas de ser el primer realizador no sólo mexicano, sino de habla hispana, en ganar la célebre estatuilla en la categoría de Mejor Director.
También es cierto que no se trata de una película mexicana, sino de una millonaria producción estadunidense financiada por un gran estudio, hablada en inglés y protagonizada por dos de las máximas estrellas de Hollywood. Todos estos argumentos alimentan una —a mi juicio— equívoca propensión de muchos compatriotas a restarle “mexicanidad” al triunfo de un compatriota en el extranjero. Como si los que celebráramos tal logro sólo pretendiéramos colgarnos del mérito ajeno.
Quizá no debiera pasar de ser una simple y sana diferencia de opiniones, como muchas que circulan en la red. Tal vez se trate sólo de una discusión bizantina, atizada por quienes creen que es más constructivo hallar temas de polémica en lugar de simplemente congratularnos del éxito de un connacional. Pero sí creo que, más allá de la anécdota, sí hay un tema de discusión profundo, más relacionado con el tipo de país que quisiéramos ver en el mundo que nos tocó vivir.
Estoy convencida —más allá de si Cuarón traduce sus nominaciones en estatuillas—, que su trayectoria por sí misma es la prueba de que sí estamos viviendo un Mexican Moment.
No me refiero, desde luego, a esa especie de amuleto ideológico convertido en propaganda que el gobierno federal quisiera vender como consecuencia de la aprobación de las reformas estructurales, las cuales aún seguirán siendo buenos propósitos mientras no se concluya la legislación secundaria y, sobre todo, mientras no se consiga que todo el territorio nacional esté bajo el dominio pleno y total del Estado (sí, hablo de Michoacán), de tal forma que se brinde certidumbre a la inversión extranjera que se busca atraer.
Me refiero al Cuarón que, sin renunciar nunca a su mexicanidad, ha sabido aportar su talento e integrarse sin prejuicios a la industria norteamericana, jugando sus reglas como vía para acceder a los millonarios presupuestos en dólares, para que la maquinaria del cine convierta en realidad los dictados de la imaginación. Es de personalidad sencilla, pero segura: no se intimidó cuando se le encargó dirigir a estrellas consagradas como Anne Bancroft yRobert de Niro en Grandes Esperanzas, ni cuando fue propuesto para dirigir la tercera parte de la saga de Harry Potter. Y en ambas películas, a modo de travesura, puso su toque mexicano: introduciendo la canción Bésame Mucho en la adaptación del clásico de Charles Dickens, y colocando calaveritas de azúcar en una escena de El prisionero de Azkaban.
Se trata del Cuarón que no dejó de hacer cine en su país para reflejarlo. Filmó en español Y tu mamá también, que por falta de visión de la Academia Mexicana no fue propuesta para competir en 2001 por el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera. Cuarón les demostró su error cuando en 2002 la inscribió para la estatuilla dorada, consiguiendo dos nominaciones, entre ellas, una para el propio realizador por guión original. Años más tarde sumó otras dos candidaturas para otro proyecto ambicioso, Children of Men.
Las tres restantes que obtuvo el pasado jueves como director, productor y editor son suficiente cosecha para acreditar su pertenencia al primer mundo cinematográfico. Pero él, sencillo, asume con humor su origen y cautiva a sus paisanos con un espontáneo “ay güey” al momento de recibir el Globo de Oro que le entregó la prensa extranjera acreditada en Hollywood.
Es ocioso siquiera debatir si Cuarón representa o no al “cine mexicano”. No. En este mundo, el cine no puede presumir una sola nacionalidad. Aunque radique en Estados Unidos, se beneficie de su poderío económico y tenga capacidad de distribución universal, Hollywood es un cine global que se alimenta del talento de realizadores que llegan de todos los países.
Las industrias cinematográficas de cada una de las naciones tampoco se bastan a sí mismas. En su mayoría, las películas son coproducciones que involucran a una o más naciones que, con orgullo, reivindican su aporte.
Y sí, creo que es completamente válido, más allá de lo que el propio Cuarón sienta, que los mexicanos nos enorgullezcamos de su éxito. Porque se trata de un ejemplo de cómo integrarse al mundo de hoy aportando originalidad y perseverancia. Porque a diferencia de otras actividades que mueven a un chauvinismo exacerbado (y muchas veces aceitado por el interés comercial, como es el futbol), el ejemplo del cineasta es el de un hombre de trabajo que se abrió paso por su inteligencia y buen tino. Un modelo de cómo revertir ese discurso lastimero que tan cómodos nos hacen sentir, como cuando nos quejamos que desde el Congreso norteamericano se alerta de los riesgos en la frontera o desde la oposición mexicana se masculla contra la integración comercial, en vísperas de la próxima visita de los mandatarios de Estados Unidos y Canadá.
Está más que demostrado que no todo lo que pasa de México a su vecino del norte es droga e indocumentados. Cuarón ya ha demostrado de cuánto son capaces y qué pueden hacer los mexicanos si se deshacen de una vez por todas de atavismos. Qué mejor manera de desafiar la gravedad.
                Twitter: @Fabiguarneros

Columna publicada en Excélsior el domingo 19 de enero de 2014

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