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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

9 de septiembre de 2014

Protección

Eclipsado mediáticamente por el Informe presidencial, el nuevo aeropuerto, la ampliación del Metro y la transformación de Oportunidades en Prospera, el envío de la iniciativa preferente para crear una ley que proteja a los niños es una noticia muy relevante que amerita una amplia discusión pública y una participación activa que no debe limitarse a los legisladores.
Deben escucharse todas las voces que ya se han expresado y mucho tienen qué decir acerca de problemas que han saltado a las primeras planas de los periódicos, como el recrudecimiento del bullying, las condiciones de hacinamiento y maltrato en albergues infantiles, así como la situación de los niños migrantes.
Estos temas previsiblemente serán los que reciban mayor cobertura periodística mientras transcurra el proceso legislativo. Pero hay muchos otros que ameritan una discusión igual de profunda. En su Bitácora del director del pasado miércoles, Pascal Beltrán del Río ya puso el acento sobre el derecho de los niños a la intimidad, cuya protección, como bien apuntó, no sólo compete a los gobiernos, sino que involucra a la sociedad, entiéndase padres de familia.
Y es que, aunque la iniciativa enviada por el Ejecutivo incluye un catálogo de sanciones (que van desde multas hasta cárcel) a quienes vulneren la integridad de los menores, una parte fundamental de la lucha está en la prevención y la detección de riesgos. Uno de los mayores, a mi juicio, radica en internet, una herramienta a la que los niños acceden con mucha facilidad sin tener los elementos necesarios para procesar toda la información que ahí encuentran.
Un esbozo de estos riesgos fue planteado en la columnaMemoria Flash publicada en Hacker de la sección Dinero(Excélsior 1/IX/2014), que recupera la historia ocurrida hace 20 años que dio origen en Estados Unidos al sistema para clasificar qué videojuegos son aptos para niños, y que surgió de un debate legislativo que alertó sobre su contenido violento. Pero, a diferencia de lo que plantea su autor Marco Gonsen, yo sí creo que se pueden extraer lecciones de aquella experiencia para aplicarlas en nuestro país. Y justo este es el momento.
En 1994, los desarrolladores de videojuegos crearon la Junta de Clasificación de Software de Entretenimiento. Sus siglas en inglés, ESRB, son familiares para los niños y padres porque aparecen en un recuadro que se publica en los empaques de los discos, en la cual se escribe con letras grandes la clasificación (por ejemplo, “E” significa para todo público, “T” para adolescentes y “A” para adultos). Sus decisiones cuentan con un arduo trabajo de pedagogos que analizan cada juego y detallan el lenguaje que se usa y su contenido sobre violencia o sexualidad. Pero su labor no se limita ahí: permanentemente crean campañas de concienciación a los padres sobre actualización tecnológica, los riesgos de jugar en línea, las nuevas formas de interacción que los niños practican sin que sus papás sepan cómo operan y la asesoría sobre cómo discutir y abordar estos temas en familia, de manera documentada y responsable. Sus manuales pueden descargarse de su página web www.esrb.org, disponibles en español.
No conozco de alguna iniciativa similar que funcione, por ejemplo, con los programas de televisión, cuya trama suelen ignorar tanto papás como mamás, obligados ambos a trabajar todo el día e imposibilitados, por tanto, de supervisarlos como se debe. Menos aun existe para las páginas de internet. Cada vez más niños y adolescentes tienen acceso a internet en su casa y, por tanto, están permanentemente expuestos a contenido inapropiado para su edad. Por no mencionar aquellos que, con cuenta en redes sociales, pueden ser contactados por acosadores, sufren bullying cibernético o desde una tablet descargan aplicaciones peligrosas, como aquellas por medio de las cuales los menores pueden enviar fotos que supuestamente se autodestruyen de inmediato, pero que pueden caer en manos de personas sin escrúpulos y dispuestos a vulnerar su intimidad.
¿Cómo contrarrestar esta situación? Por ejemplo, Disney Channel tiene un video con sus personajes Phineas y Ferb en los que alertan a los niños de no hacer cosas de las que incluso muchos adultos son inconscientes: “Ten cuidado con lo que subes a internet: nunca desaparece, nunca, y nunca se sabe quién lo terminará viendo”; “la fama es efímera, pero internet es para siempre”; “que lo veas por internet no significa que sea verdad”; “no todo el mundo es quien dice ser” y “lo que no harías en persona, no lo hagas por internet”.
Consejos así tendrían que formar parte de una campaña permanente, sistemática, adaptada a nuestra realidad, que no sólo tuviera cabida en medios masivos, sino en las escuelas y en la orientación a padres de familia que no estén al corriente de los avances tecnológicos. Además, se requiere el concurso de especialistas que apoyen a los padres y se sumerjan en el mundo virtual que navegan nuestros niños, poblado en el mejor de los casos de superestrellas creados por YouTube que “educan” a las masas a base de mal gusto y prejuicios. Por no hablar de pederastas y pornógrafos que tienden sus redes aprovechando la buena fe de nuestros niños.
Señores diputados que integren las comisiones de trabajo que procesen esta iniciativa: ¿no sería buena idea crear un organismo ya sea estatal, o de participación mixta, que se aboque a procurar una cultura de protección en internet, que analice y supervise los contenidos de los sitios web y las aplicaciones móviles, y esté constantemente generando información procesada profesionalmente para que los padres tengan elementos para acompañar a sus hijos y no dejarlos a merced de ese indómita selva que es internet? No sobraría, y sería de mucha utilidad para complementar las políticas y acciones, incluida la ley que emerja de la iniciativa. De lo que se trata, simplemente, es hacer a la sociedad parte del juego.
                Twitter: @Fabiguarneros

Publicada el 6 de septiembre en Excésior




Fabiola Guarneros-Protección

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