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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

12 de agosto de 2014

Descomposición

¿Qué nos pasó? ¿En qué momento nos echamos a perder como sociedad? ¿Cómo se llama este virus que ha contagiado al mundo de perversidad y odio? ¿Cuándo nos pusimos la vacuna para no sentir dolor? ¿Quién nos dio el antídoto para que la indignación sólo sea pasajera?
Estas preguntas más que cuestionamientos, son gritos desesperados de ¿hacia dónde vamos?, ¿qué estamos haciendo?, ¿qué sociedades estamos construyendo?
Durante las últimas tres semanas las noticias más terribles tienen como víctimas a los niños. En Excélsior hemos documentado y dado seguimiento a la problemática, peligros y riesgos que corren los niños migrantes, los que viajan solos desde Centroamérica y México para llegar a Estados Unidos.
“Crisis humanitaria” le puso Obama al fenómeno cuando pidió a su Congreso más dinero para atender el problema. Y entonces salieron a la luz las precarias condiciones en las que se encuentran los menores allá en los centros de detención migratoria de EU: enfermos, sin ropa, con hambre, disputándose una colchoneta, una sábana de la Cruz Roja Internacional o un pedazo de papel de estaño para cubrirse. También con chinches, piojos y otros padecimientos.
Ya no hablemos de que esos niños llegan con miedo, incertidumbre, después de una travesía peligrosa, donde son víctimas del maltrato, la extorsión o los abusos.
La guerra interminable entre Israel y Palestina también se ha ensañado con los niños. Vemos en las agencias de noticias y en las redes sociales las dolorosas imágenes de esos menores asesinados. Lamentablemente no es algo nuevo. Esta historia es cíclica, no se ve su fin y lo peor es la costumbre.
Aquí en México tampoco sabemos respetar los derechos de los niños, ni como Estado ni como sociedad ni como ciudadanos ni como padres. Simplemente violamos sistemáticamente sus garantías.
Qué más les puedo contar de los casos de bullying. Ya hemos visto de todo; hemos opinado mucho, pero ni la SEP ni los padres de familia lo tomamos en serio. Unos culpan a los otros. Y la verdad es que la violencia se enseña en el hogar.
Del maltrato infantil de los padres hacia los hijos también se ha escrito mucho. El caso del niño Owen nos dolió e indignó, y él es el ejemplo de esa fría estadística: uno de cada diez menores son víctimas de la violencia. El pasado domingo 13 publicamos aquí en Excélsior su historia, su entorno familiar y su recuperación en un DIF. Un texto muy cuidado y documentado de mis compañeros Claudia Solera, Laura Toribio y Juan Pablo Reyes.
El martes pasado, el rescate de 458 menores de edad de la casa hogar La Gran Familia, en Zamora, Michoacán, acaparó la atención de los medios de comunicación, pues se trataba de resguardar a niños que vivían entre ratas, mal comían y algunos (según las denuncias hechas ante la PGR) eran víctimas de abusos. Las autoridades están investigando para fincar o deslindar responsabilidades, para aclarar si eran o no explotados, si el albergue se prestaba para la extorsión, mientras tanto el daño a esos niños ya está hecho.
Y más allá del escándalo mediático o del linchamiento social contra la responsable del lugar, Mamá Rosa, no podemos dejar que el foco principal se diluya: ¿quién es el responsable de esos niños?, ¿quién debe velar por la protección de sus derechos?
En México, según la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (Relaf), existen 29 mil 310 niños viviendo en 703 casas hogares, públicas o privadas, pero la realidad es que no tenemos una cifra o estadística oficial, no conocemos la situación jurídica de esos menores ni las condiciones de seguridad e higiene en las que viven. ¿Se acuerdan del caso de Casitas del Sur, Caifac y La Casita, donde fueron robados 15 menores de edad? Eso fue en 2008 y desde entonces no avanzamos nada en materia de regulación y protección de esos menores.
El Estado es el responsable de velar por que se respeten las garantías y el derecho a una vida feliz de los niños mexicanos. Cuando no cumple o es rebasado y se da el área de oportunidad para el caos, para que ciudadanos con no buenas intenciones que no buscan el bienestar, la protección ni el cuidado de esos menores se apoderen de nuestros espacios y corrompan a nuestra comunidad.
El Estado debe articular sus políticas públicas, sus programas e instituciones para atender y procurar a la niñez mexicana; es decir, las estrategias en materia de salud, educación, justicia, seguridad, desarrollo tienen que estar engrandadas.
Como sociedad también tenemos una responsabilidad: recuperar los valores cívicos y construir familias que fomenten valores como el respeto. Muchos niños víctimas de la violencia o del abandono provienen de hogares desintegrados, violentos, con problemas de adicciones, etcétera. Las cifras indican que ocho de cada diez agresores fueron también violentados de niños.
No permitamos que la indiferencia nos gane, que esta descomposición social entre como humedad en nuestros hogares.
                Twitter: @Fabiguarneros
Publicado el 20 de julio en Excelsior

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