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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

12 de agosto de 2014

El debate

Más que una estrategia publicitaria, parece un caso de estudio social. Basta con pararse en una tienda de conveniencia y observar durante un tiempo los anaqueles y refrigeradores. Jóvenes le dan vuelta a las latas y las botellas buscando encontrar su nombre o el de alguna persona especial. Reaccionan emocionados, como gritando “Eureka”, si logran el resultado deseado, y se nota en su semblante la decepción cuando no resulta así.
La fiebre contagia las redes sociales y aun los más acérrimos detractores de la marca se han visto tentados a decir algo, lo que sea, con tal de no estar fuera del tema de moda. Como la tendencia de varios tuiteros y facebookeros es estar “siempre en los grandes eventos”, su punto de vista destila conocimiento y sabiduría acerca de los muchos o pocos valores nutricionales de la bebida, su desdén hacia una táctica publicitaria de la que presumen no ser parte, o el rencor porque su nombre no figura en ninguno de los envases. Y en contraste, otro universo de usuarios exhibe sin pudor sus selfies con su nombre inmortalizado en letras blancas sobre fondo rojo.
Indiscutiblemente, la campaña veraniega de la bebida que los viejos comunistas calificaban como “las aguas negras del imperialismo yanqui” ha sido un éxito desde el momento en el que todo el mundo habla de ella, para bien o para mal. Sus implicaciones rebasan las del mero consumo y se insertan en la vida cotidiana. Y aunque fue generada desde Estados Unidos, es de esperarse que algún efecto tenga para revertir en México el impacto negativo provocado por los nuevos impuestos a bebidas azucaradas. Y no faltará quien diga que se trata de una “cortina de humo” para cubrir la información de que autoridades sanitarias preparan sanciones contra empresas de refrescos y golosinas por incumplir la prohibición de que transmitan publicidad de alimentos que fomentan la obesidad en horarios para niños.
Y esto, ¿qué trascendencia tiene? ¿Es bueno o malo? En estos temas, lo más sencillo (y redituable en términos de popularidad) es tomar partido sin mucha averiguación previa. Si se hace en contra, mejor: uno gana fama de subversivo, rebelde, rockstar. Coca o Pepsi, PC o Mac, blanco o negro. La vida en maniqueo ahorra explicaciones, matices. Y al final lo que quedan son juicios lapidarios, contundentes, inapelables. Bien, para quienes suben sus bonos con eso. Simplemente no llamen a eso debate.
Entender la complejidad de un fenómeno toma mucho más trabajo. Implica primero deshacerse de los prejuicios, luego examinar todos los datos, y al final puede resultar que la conclusión derribe la postura inicial. La recompensa puede ser un escaparate menos ostentoso, pero a cambio lo que se logra es refrescar la mirada.
Lamentablemente, nuestra vida pública está saturada de polarización. El debate, cuando lo hay, es entre dogmas y no entre razonamientos. La masa iracunda en la que se han convertido las redes sociales instaura patíbulos de la moral pública y anda en busca de culpables. Los recientes combates en la Franja de Gaza han servido para documentar que en buena parte de los ciudadanos el conflicto se resume en un pleito de buenos contra malos (póngale la etiqueta que quiera al bando de su preferencia), sin mediar circunstancias particulares, contexto histórico y, sobre todo, protagonismo de extremistas. 
En el caso de Mamá Rosa, la falta de información de primera mano hará que el juicio sea guiado por voces prestigiadas, que van de la defensa a ultranza a la condena despiadada. Por desgracia, el ruido de la masa se sobrepone al de los argumentos y los datos duros se convierten en dardos para el ataque y no en herramientas para el análisis que proponga mejores escenarios para los niños en la orfandad.
Lo mismo pasa ahora que la Reforma Energética está en el trayecto final de su aprobación. Fracasada la intentona de sus detractores de que la población la viera como una venta del patrimonio nacional, ahora la propaganda busca convencer de que se está cocinando un nuevo Fobaproa para que con recursos públicos se paguen los pasivos laborales de los trabajadores sindicalizados de Petróleos Mexicanos. ¿Y acaso eso no ocurría antes? Desde luego, para armar escándalos no se necesitan complicadas explicaciones técnicas. El detalle de cómo se cubrirán esos adeudos será opacado por las arengas. Pero lo que los mexicanos requerimos son explicaciones detalladas y análisis serenos. Si es que, claro, el diálogo de sordos no termina sepultando las pretendidas buenas intenciones de los legisladores que en el próximo periodo extraordinario habrán de resolver el entuerto.    
Por ello, antes de sumarnos a los coros enfrentados, démonos un tiempo para la reflexión reposada. Conozcamos todas las aristas, revisemos sus datos, escuchemos sin prejuicios. Una lectura fresca siempre dará más opciones y alternativas que las frases hechas de siempre. Al final de cuentas, el truco de dar un punto de vista que sea honesto, aunque no necesariamente arranque aplausos, consiste en el más acucioso y exhaustivo acopio de datos que den forma a una cabal opinión. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de debatir y aportar constructivamente y no de ser la última Coca-Cola en el desierto.
                Twitter: @Fabiguarneros

Publicado el 27 de julio de 2014 en Excélsior




Fabiola Guarneros Saavedra-El debate

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