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Autodefensas en Michoacán (foto publicada en Excélsior)

22 de junio de 2014

Circo, maroma y teatro

Contaré uno de esos chistes que ameritan la advertencia de que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Un circo llegó a la ciudad y montó toda una enorme campaña publicitaria para anunciar a la máxima estrella de su espectáculo: ¡El hombre que se convierte en animal!
“¡Algo nunca visto! Frente a sus ojos y a los de miles de personas, el increíble acto del hombre que se convierte en animal”. Y así, el circo contrató spots en radio y televisión, páginas en periódicos, anuncios espectaculares, tapizó autobuses y, por supuesto en esta época, saturó las redes sociales.
La expectativa de la gente creció a tal grado que el modesto terreno en el que se asentó el circo fue insuficiente ante la demanda de boletos. Y como tampoco alcanzó el Auditorio Nacional, se contrató el Estadio Azteca para que cupieran todos los ansiosos por conocer al hombre que se convierte en animal.
Y el ansiado día de la función llegó.
Como en todo espectáculo, fueron apareciendo los aperitivos y entremeses que preceden al platillo fuerte. Cada acto terminaba con un tamborileo y una fanfarria: “Ta-raaaán”.
Primero actuó la mujer barbuda. Y al finalizar, “ta-raaaán”. Le siguieron los acróbatas, quienes se jugaron el pellejo con sus piruetas en el aire, que concluyeron con un feliz “ta-raaaán”.
Y dos horas después, llegó el acto estrella. Suena la voz del animador:
“Y ahora, por fin con ustedes: ¡El hombre que se convierte en animal!”
Aparece en la escena un hombre que se sienta sobre un pequeño banquillo, mientras suena incesante el tamborileo. El público calla. La expectación crece. Pasa un minuto. Cinco. Diez. El hombre sigue sentado en el banquillo. La gente se desespera y empieza a gritar y a abuchear. Del fondo de las gradas surge un grito: “Ése nomás se está haciendo buey”.
Y suena el “ta-raaaán”.
Por supuesto, se trata de una broma. Afortunadamente, personajes así no se los encuentra uno en la política. Mucho menos en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, en la que obviamente tienen claras las prioridades de los habitantes de la capital mexicana, quienes desde hace años pedían a gritos que no se utilizaran animales en los circos, habida cuenta de que ni siquiera los necesitan si ya hay seres humanos que pueden suplirlos con sobrada habilidad.
El ánimo reformador de los asambleístas no sólo condenó a los circos a no tener animales, sino que también prohibió que estas criaturas sean usadas como premio en concursos y rifas (¿de veras eso es maltrato?) y ¡para tomarse fotografías con ellos! El siguiente paso será legislar sobre las selfies, supongo.
Desde luego, en esa lista de visionarias prioridades legislativas (que seguramente los diputados locales presumirán pronto en anuncios espectaculares) debe figurar esa reforma en la que los padres de los niños podrán decidir el orden de los apellidos, con la cual, el paterno no sería el primero por default, otra exigencia ciudadana en una urbe que afortunadamente no tiene preocupaciones en materia de seguridad y servicios.
Claro, a menos que sea broma. Porque a los políticos ya no se les puede tomar en serio. Ni siquiera cuando se sinceran. Como el caso del exalcalde de San Blas, Nayarit, Hilario Ramírez Villanueva, que el fin de semana pasado confesó en un mitin proselitista —aspira de nuevo al cargo— que durante su anterior gestión sí robó, pero nomás poquito.
Al ver su locuaz declaración en la portada del periódico, quiso rectificar alegando que se trataba de un chascarrillo. Pero sólo se hacía el loco, porque ya el informe de la Cuenta Pública 2011 detectó anomalías en su gestión por unos 25 millones de pesos. Una bicoca para un hombre acusado —según sus propias palabras— de hurtar 120 o 150 millones de pesos, que no ocurrió porque, como bien dijo, “las presidencias municipales están muy pobres”.
Y como prometer no empobrece, los legisladores defendieron a morir su amor por el trabajo para justificar que las leyes secundarias se discutan a como dé lugar en coincidencia con el Mundial. Se jactaron de cumplir con el deber, aunque este abnegado compromiso estuvo ausente en los días previos a la Semana Santa, en los que se tomaron un largo asueto que explica —entre otras cosas— que las referidas leyes se tengan que debatir ahora en un extraordinario. Pero resulta que ¡también era broma! Y los senadores no tuvieron empacho en suspender unas horas su histórica misión para atestiguar la del Piojo Herrera y sus muchachos en Brasil.
Y lo que falta. Preparémonos para la tradicional conversión de la máxima tribuna de la nación en otro teatro del absurdo. Ya el escenario se prefigura: tomas de tribuna, carpas alrededor del Palacio Legislativo, maromas y marometas de opositores para torpedear las votaciones... Y todo para aprobar leyes de las que todos se rían al momento de incumplirlas.
Qué bien que salvaron a los animales del circo. ¿Habrá quien nos garantice una política libre de payasos?

Publicada el 15 de junio en Excélsior
                Twitter: @Fabiguarneros


Fabiola Guarneros Saavedra-Circo, maroma y teatro

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